En
la masonería hay dos grandes fiestas: son los solsticios. El de
verano y el de invierno. Con reminiscencias paganas, marcan el ritmo,
es una especie de ubicación en el tiempo. En concreto, el de
invierno marca el repliegue sobre sí mismo. Aquí es donde se
encuentra la importancia del rito. No viene de más señalar que rito
significa “recordar”. ¿Y qué se recuerda? Se recuerda el
percibir la importancia de los porqués, de todo lo que es la vida en
Logia, del sentido profundo de los hechos. Ciertamente es la
sabiduría acumulada de generaciones y generaciones que nos han
precedido. Se recuerda que hay que morir para volver a nacer. También
que la madre Naturaleza es un cobijo autogenerador. Es la acumulación
de esfuerzos, sabiendo que la luz vendrá, que la vida volverá
brotar según sus propias leyes a pesar de cierta estupidez que nos
gobierna.
Más
allá de la banalización del tiempo presente, los solsticios siguen
su curso cíclico, en una especie de atemporalidad. Pasan las
culturas, las civilizaciones, las gestas, la podredumbre, etc... pero
los ciclos de la vida permanecen. Y en la Logia se celebra el fuego
purificador, el pan creado por el esfuerzo, el vino que dá calidez,
el agua, etc... en la fraternidad propia.
FELIZ
SOLSTICIO DE INVIERNO.
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